Si queremos conocer nuestro planeta, no podemos dejar de lado lo que cubre la mayor parte de la superficie terrestre: el agua salada.
Sabemos qué es el agua, porque la bebemos cada día para sobrevivir, pero la realidad es que solo un 3% del agua del planeta es agua dulce, y solo un 1% es consumible. El resto del agua, es decir, casi toda el agua de la Tierra, es salada, lo cual nos lleva a preguntarnos… ¿Por qué esto es así?
Resulta que desde tiempos inmemoriales, el agua de lluvia, al contener ácido carbónico, ha sido la responsable de la erosión de muchas rocas terrestres. De estas rocas, la lluvia disuelve sales minerales, las cuales son transportadas por los ríos hasta su desembocadura, que suele ser el mar. Son estas sales originarias de las rocas las que hacen que el agua del mar sea salada.
Desde un punto de vista químico, el agua de mar es una solución acuosa, compuesta por varias sales (entre otras cosas), y tiene una salinidad media del 3,5% en masa. El contenido de sal en la sangre humana es de solo 9 gramos por litro, mientras que el agua de mar puede contener hasta 39 gramos de sal por litro.
Una vez aclarada la inmensa cantidad de sal que contiene el mar, no nos sorprende tanto saber que si la repartiéramos sobre la superficie de tierra seca, se formaría una capa de sal de la altura de un bloque de 45 pisos.
Es gracias (en parte) a esta cantidad de sal, que el océano es capaz de eliminar más de una cuarta parte del CO2 del cual somos responsables los humanos. Existe un proceso por el cual podríamos deshacernos de gran parte del CO2 del planeta haciendo un buen uso del agua salada, lo cual la convierte en una herramienta potencial contra el cambio climático.
Todos nos sorprendimos cuando nos dijeron por primera vez que el agua de mar, a pesar de ser agua, no saciaba la sed, así que vamos a resumirlo: la cantidad de agua y sal en sangre debe estar equilibrada.
Al ingerir agua salada, el cuerpo intenta hacerlo, pero el agua que aporta el agua salada no es suficiente como para compensar la cantidad de sal. Por eso, el cuerpo extrae el agua de las células, para mandarla a la sangre, dejándolas deshidratadas. Esta es la razón por la que el mayor riesgo de un náufrago no es morir ahogado, sino deshidratado.
Pero, centrémonos en lo bueno: es la sal de nuestra sangre la que nos mantiene con vida, pues es la encargada de enviar las señales eléctricas que hacen que nuestro cerebro piense y que nuestro corazón siga latiendo.
Analógicamente, es la sal del mar la que, al hundirse, crea las corrientes necesarias para transportar el calor por todo el planeta, lo que la hace crucial para mantenernos con vida.
A pesar de todo el conocimiento que se puede aportar sobre el agua salada, la triste realidad es que estamos muy lejos de comprender su comportamiento. ¿Por qué? Porque su estudio no resulta tan interesante.
No obstante, invertir en el estudio del agua salada es una de las claves que nos permitirían entender el funcionamiento de nuestros cuerpos y el del planeta Tierra. Incluso podría ser el secreto para salvarlo.